Cristina R. Martínez Torres

Abstract

La poética hernandiana no es sino el resultado de lo que el poeta vive e intuye. Pero incluso en ese vínculo con la realidad, donde lo empírico termina por arrastrarlo hacia su naturaleza, hay en los versos de Miguel una voz que se habla a sí misma y que en ocasiones descubre más de lo que se afirma ver. La autorreflexión subyace tras su obra y entronca de forma sublime —como en pocos versificadores— con su compromiso literario. Junto a ello, encontramos en toda la poesía hernandiana, pero con especial vigor en el ciclo bélico, una autorreferencialidad experiencial, desde el poeta hacia sí mismo y desde sus versos al conjunto de su poesía. Una concepción de lo poético de miras amplias que se escudriña en su papel activo. Así, El hombre acecha no aspira a ser una mera respuesta de urgente afiliación política —aspectos que quedan reservados a aquellas piezas de pretendida función propagandística—, sino una mirada de realismo comprometido en la que el artificio literario se descubre como un arma tanto o más válida que las que humean. La filosofía de la acción que atraviesa todo El hombre acecha revela a un hombre depredador de sí mismo y será una herencia inestimable para la inmediata poesía social de posguerra y para las preocupaciones posmodernas sobre la construcción del relato. Más aún, al tornarse hacia sí mismo, el verso se descubre como producto de un lector colectivo para quien el poeta llama al oficio a comprometerse. Un discurso metaliterario que se inserta también en el debate entre una poesía pura y otra algo más manchada.

Nota biobibliográfica

Cristina R. Martínez Torres es contratada pre-doctoral del Departamento de Lenguas y Literaturas Románicas de la Universidad de Ginebra. En sus investigaciones se interesa por la edición, la reescritura y la refundición de textos, así como por las poéticas del compromiso en la literatura española desde la Modernidad hasta nuestros días, con especial atención a las generaciones previas a la Guerra Civil y a la figura de Miguel Hernández. Entre otras organizaciones, es miembro de la Sociedad Suiza de Estudios Hispánicos (SSEH) y vocal de la junta directiva de la Asociación de Amigos de Miguel Hernández (AMH). Es autora de las publicaciones siguientes: “¡HERNÁNDEZ, Miguel!”, “La poesía nos acecha”, “El ruiseñor de las desdichas. Huellas de Miguel Hernández en la poesía comprometida actual”, “Un compromiso real para una ficción realista: El Lazarillo de Tormes” y “Miguel Hernández: en busca de los escenarios”. Correo electrónico: cristina.martineztorres@unige.ch.

Entrevista

¿Cómo llegó a conocer usted la obra hernandiana?

Ocurrió como tantas veces pasa con los poetas que, como él, cargan consigo una pluma tan pedagógica. En plena adolescencia, mi profesor de literatura nos trajo a clase El niño yuntero y la Elegía a Ramón Sijé, y fueron un absoluto descubrimiento. Nos quedábamos enmudecidos mientras nos recitaba estos y otros tantos que trajo bajo el brazo en los días siguientes. Creo que con ellos y con la historia que guardaban detrás empezamos a entender muchas cosas y sobre todo otros textos. Parecíamos comprender mejor a Machado, y después Ángel González o Celaya tuvieron un sentido distinto. Ahora era yo quien le pedía en bucle a mis padres las canciones de Serrat y las versiones de Sabina que tanto me ponían ellos, cuando me hablaban de un poeta que luchó en una guerra que a mí se me hacía muy lejana. No me olvidé de Miguel desde ese día y desde entonces vertebré en él gran parte de los trabajos e investigaciones que luego pertenecieron a lo más académico. Al final, el ojo filólogo fue el que terminó por imponerse al escudriñar la obra del oriolano, pero es interesante acudir a ese recuerdo, cuando por primera vez escuchas o lees un verso que te habla directamente, y que despierta algo en ti no solo desde la belleza, también desde la honestidad.

¿Cuál es el legado literario de Miguel Hernández?

Seguramente el de la atemporalidad. En un poeta como él, en quien tanto peso tiene esa relación entre vida y obra —sin que por ello una termine por absorber a la otra—, resulta asombroso cómo su poesía, su teatro, condensan todavía un mensaje, una inclinación ética y estética, que nuestras alumnas y alumnos pueden entender perfectamente. Esa es una de las grandes valías de nuestros clásicos y Miguel se ganó el puesto entre ellos en una carrera trepidante, estratosférica. En lo que puramente hemos venido a llamar ‘canon’, ha tomado silla en la tierra, como dice en Llamo a los poetas, y lo ha hecho justo entre el final del 27 y sus vanguardias y los inicios de la poesía social, de todas aquellas vertientes de una intimidad más social que hoy continúan vivas. Al final, si fue epígono de unos, desde luego fue también precursor o padre poético de otros muchos que vinieron después, y yo diría que en muchos aspectos terminó por superar a los maestros de su tiempo. Entre otras cosas, es así porque en Miguel está muy viva la tradición literaria española —Garcilaso, Góngora, Lope—, pero también las ideas y las formas de una poética nueva. Por ello mismo, creo que darle a su obra el lugar que merece pasa también por despojarlo de usos partidistas de todo tipo. Más aún ante una poesía y un teatro que tanto en lo ideológico como en lo estético hablan por sí solos.

¿Qué aspecto(s) de su poesía sería(n) interesante(s) para investigar en el futuro?

No es una pregunta sencilla ni tampoco pienso que se pueda marcar una línea concreta excluyendo a otras. Grandes hernandianos y hernandianas han dedicado toda su trayectoria, especialmente desde los años ochenta, a recuperar y analizar el legado de Miguel, y prueba de ello es la ruptura de algunos clichés que esto ha favorecido. En clave amplia, creo que este congreso ha puesto sobre la mesa perspectivas nuevas sobre poemas sobradamente conocidos y también aportado algunos textos y datos inéditos que darán pie a nuevos análisis, seguramente enfocados en el terreno de la autorreflexión y en el papel jugado por figuras del momento hasta ahora inadvertidas.