Abstract

Este trabajo se propone demostrar la existencia en la poesía de Miguel Hernández de diversos procedimientos autorreferenciales de carácter icónico con los que crea en sus poemas un segundo nivel de sentido de carácter implícito y metaliterario. Se trata de estrategias que conoce y descubre al lado de Sijé, cuando forma parte de El Gallo Crisis, y que, incluso tras trabar amistad con Neruda y cambiar de poética, seguirá explorando y poniendo en práctica hasta el prematuro e injusto final de su vida.

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Nota biobibliográfica

Itzíar López Guil

Itzíar López Guil, Prof. Dr., catedrática de Literatura Hispánica en la Universidad de Zúrich, es especialista en poesía española del Medioevo al siglo XXI. Entre sus publicaciones cabe destacar la edición crítica del Libro de Fernán Gonçález (2001), Cien años de poesía (2001), Seis siglos de poesía escrita por mujeres (2007), La poesía religiosa cómico-festiva del Bajo Barroco español (2011), El espacio del poema. Teoría y práctica del discurso poético (2011), Los girasoles ciegos de Alberto Méndez, diez años después (2015), La poesía española en los albores del siglo XXI (2017), El título de los poemas y sus efectos sobre el texto lírico iberoamericano (2019), El título de los poemas en la poesía española contemporánea (2020), Un rayo que no cesa: homenaje a Miguel Hernández (2021). Como poeta ha escrito Del laberinto al treinta (2000, Premio Ciudad de Melilla), Asia (2011), Valores nominales (2014) y Esta tierra es mía (2017, Premio Nicanor Parra). Correo electrónico: itlopez@rom.uzh.ch.

Entrevista

¿Cómo llegó a conocer usted la obra hernandiana?

La primera vez que oí hablar de Miguel Hernández yo tenía seis años, Franco no había muerto y ya conocía el olor del miedo, ese olor que despiden los adultos cuando al susurrar lo prohibido saben que se juegan la vida. Era el año setenta y cuatro cuando, en una vieja cocina de piedra, al amor de la lumbre, mi padre —entonces un joven de apenas treinta años— me explicó las circunstancias en las que Miguel Hernández escribió sus Nanas y me las leyó. A pesar de la complejidad de sus imágenes y de mi corta edad, fue la primera vez que sentí la fuerza de la poesía: recuerdo que lloré a moco tendido y no solo a cuenta de la espantosa crueldad que había inspirado esos versos, sino a causa del contagio poético, porque me sentí sacudida por la música y el amor que desgranaban aquellas maravillosas palabras, rematadas con ese “no sepas lo que pasa ni lo que ocurre” que todavía hoy me conmueve profundamente.

¿Cuál es el legado literario de Miguel Hernández?

El legado literario de Miguel Hernández son evidentemente sus poemas en los que, como pocos autores, supo inscribir la fuerte pasión vital que sentía, ese rayo que aún no ha cesado, que sigue latente en cada sílaba, haciendo que sus versos, tantos años después, sean algo milagrosamente vivo. Pero, además, Hernández nos enseñó, a través de sus escritos metaliterarios y la intensidad de su lucha para domeñar el arte de la palabra, que ese efecto de luz que persigue todo poeta se consigue no solo con talento, sino con técnica, con un brutal esfuerzo. Y, en tercer lugar, la última gran lección que aporta Hernández —y eso le costó morir muy joven— es que nada de lo logrado formalmente vale la pena si no se asienta sobre una postura ética, coherente, de amor hacia la vida y hacia la poesía.

¿Qué aspecto(s) de su poesía sería(n) interesante(s) para investigar en el futuro?

Miguel Hernández aprendió junto a Sijé toda una serie de estrategias textuales que nunca dejó de emplear en sus poemas para establecer en ellos un segundo nivel de sentido implícito de carácter autorreferencial. Aunque su poética fue cambiando y variaron también los temas que trató en el sentido literal de sus composiciones –amor, justicia social, ausencia–, el poeta oriolano siguió sirviéndose de la concepción «tridimensional» del poema para establecer equivalencias icónicas de muy diferentes tipos: las más comunes son las que generan paralelismos entre las dimensiones espacio-temporales tematizadas en el enunciado y aquellas de la enunciación, o entre una figura (silbido, cuchillo, herida) del enunciado y la que forma el molde métrico elegido sobre el espacio en blanco de la caja tipográfica. El segundo nivel de sentido a menudo alude a la transmutación del sujeto en objeto poético, pero también aborda otros temas que le inquietaban, como la constancia del impulso creador, que sentía como tortura, o la propia naturaleza de la poesía. En mi artículo he analizado y reinterpretado desde esta perspectiva algunos de los poemas más conocidos de Hernández pero, a mi juicio, resulta necesario revisar y releer toda la obra hernandiana desde esta perspectiva autorreferencial, de modo que las múltiples y sagaces lecturas que ya existen del sentido literal de los poemas se vean enriquecidas con esta dimensión metapoética, en cuya construcción textual Miguel Hernández puso tanto empeño.