“Las ‘ruinas modernas’ del trujillismo, parecen hoy fantasmas de un pasado que es mejor olvidar.” Reseña crítica de Después de Trujillo, por Rafael Emilio Yunén
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El siguiente texto fue elaborado por el profesor Rafael Emilio Yunén en el marco de la proyección y el cine foro realizado en el Centro León, en Santiago de Los Caballeros, el 30 de noviembre de 2016. Agradecemos su aporte y su ojo crítico, sobre todo el modo en que entrelaza las transformaciones del espacio bajo Trujillo con otras no menos violentas realizadas bajo el régimen de Joaquín Balaguer durante la imposición del turismo como sector estratégico de la economía dominicana a partir de los años 70.

Dictadura, espacio, memoria: Comentarios sobre el documental Después de Trujillo

Rafael Emilio Yunén

30 de noviembre de 2016

Es realmente sobrecogedor apreciar un film que posee una estética tan exquisita para tratar un drama tan duro. Todos y cada uno de sus elementos audiovisuales han sido sabiamente conceptualizados, cuidadosa y genialmente escogidos, técnicamente muy bien trabajados y contextualmente adaptados a la perfección. La integración de estos aportes en un guion suavemente penetrante ayuda a la comprensión de los procesos históricos, culturales y socio-espaciales de las épocas tratadas en este film. Todos los informantes quedan al mismo nivel de importancia porque figuran en el momento exacto y en el ambiente adecuado exigido por la narrativa, pero sin que haya un momento predecible de la secuencia de la misma.

Lo anterior asegura que aquellos que vean el documental van a quedar impactados por el mismo, no importa la formación que ellos tengan ni la generación a la que pertenezcan ni la extracción social que condicione su pensamiento. Ese es uno de los logros más significativos de esta obra sin precedentes en nuestro país: hacer historia y análisis socio-espacial para todos, para que todos podamos ubicarnos en el presente y hasta, quizás, pensar en el futuro.

Por otro lado, la relación texto-imagen, brillantemente lograda por medio de una fotografía de gran calidad, consigue mantener un hilo conductor que se percibe indirectamente y que deja una oportunidad para que el lector complete la narración con sus propias reflexiones. Lo único que se extraña a lo largo de toda la proyección es un tratamiento más acabado acerca del rol de los intelectuales, políticos y otros personeros que se encargaron de proponer, justificar y llevar a cabo muchos proyectos para dominar el imaginario popular alrededor de la figura mítica y casi sobrehumana del dictador.

Por otro lado, hay que resaltar la manera como el film trata la metodología trujillista de “modernización del paisaje” por medio de la violencia de Estado. Para demostrar este argumento, el documental presenta la transformación del frente de mar de Santo Domingo para convertirlo en el malecón de Ciudad Trujillo. Increíblemente, este mismo hecho es repetido después de Trujillo con el pueblo de Samaná durante el primer período de gobierno de Joaquín Balaguer, quien había sido un prestante forjador del pensamiento trujillista. Hago un paréntesis para contar este hecho que no aparece en el film, pero está relacionado con su mensaje.

Lo que ocurrió en el pueblo de Samaná entre 1970-1975 no fue un genocidio, pero sí fue una de las más abusivas formas de maltratar a una población expulsándola de sus viviendas y destruyéndole su hábitat. Todo este abuso de poder se justificó por “la necesidad de preparar el espacio de Samaná para el turismo internacional”… lo que se tradujo en desalojar arbitrariamente a toda la población, trasladarla sin el más mínimo cuidado a una zona en la periferia urbana donde no habían servicios básicos, dejar a los propietarios prácticamente sin compensación por los solares y las mejoras que fueron apropiados o destruidos y, finalmente, obligar a las familias trasladadas a repetir esa experiencia de desarraigo en dos o tres o más ocasiones hasta que, por fin, pudieron regresar a ocupar un lugar asignado arbitrariamente en el “nuevo pueblo” de Samaná.

De esta manera, Balaguer y su equipo de constructores demostraban cuál era su concepto de modernismo: erradicar cualquier vestigio del pasado, edificar asentamientos de cemento, pintar todas las edificaciones de un mismo y único color, impedir cualquier adaptación a las viviendas que fuera requerida por la gente local de acuerdo a sus estrategias de sobrevivencia, crear espacios para que los turistas pudieran caminar en un ambiente seguro y sin molestias de la población residente, en fin, convertir un antiguo puerto caribeño multicolor y lleno de vida en una especie de cementerio silenciosamente blanco y lleno de miedo frente a las autoridades y a los visitantes.

Uno de los fundamentos de esta visión modernista era el de que las nuevas construcciones forzarían a la gente a conducirse mejor y alcanzar el desarrollo, esto es, que un cambio en la apariencia física de la ciudad sería el punto de inflexión para generar crecimiento económico. De ahí la tremenda importancia dada por los arquitectos y constructores a conseguir fabricar aquellos edificios que se parecieran a la imagen de progreso que tenía el gobierno, argumentando que dichas obras iban a auspiciar un cambio de mentalidad en la población, en los inversionistas y en los visitantes. Siguiendo este canon, el equipo profesional y militar del gobierno dominicano, junto a una cofradía de actores ligados al sector de la construcción, destruyeron un pueblo entero en menos de 4 años, borraron un valioso patrimonio natural, social y material que tenía 214 años en formación y edificaron una imagen caricaturesca del desarrollo por venir.

Durante este irracional proceso de desalojo y reubicaciones, se calcula que entre el 30-40% de la población original decidió o tuvo que emigrar forzosamente y sin retorno a otros puntos de la península o del país. Una vez fue concluida esa pesadilla, uno de sus resultados principales fue la constatación de que entre 6 a 10 mil personas vieron afectadas sus vidas seriamente por este proyecto. Por otro lado, un pequeño grupo de Santo Domingo ligado al sector de la construcción se benefició ampliamente de todas estas obras, al igual que los otros asociados en actividades corruptas propias del régimen. Otro resultado comprobado fue el de que solo la mitad de la población que ocupó el “pueblo moderno” era realmente originaria de Samaná. El resto fueron personas provenientes de otras partes y que recibieron viviendas o edificaciones porque eran amigas del régimen o porque eran familias de aquellos militares que prácticamente intervinieron la ciudad y sus alrededores durante un lustro.

Volviendo al documental Después de Trujillo, uno se pregunta si el trujillismo solamente se verificó a través de construcciones colosales y de obras simbólicas. Si así fuera, bastaría con transformar o hacer desaparecer esas obras para así lograr la definitiva des-trujillización de la sociedad dominicana. No obstante, en vez de transformar o destruir las obras, parece que existe otra tendencia que invita a dejar que dichas edificaciones se deterioren por sí solas. De esta manera, las “ruinas modernas” del trujillismo, parecen hoy fantasmas de un pasado que es mejor olvidar o, si en el futuro se destruyen para dar paso a nuevos usos, estos tienen también la intención de borrar la relación que dichos espacios tuvieron con el pasado régimen de opresión.

Es bastante inquietante este aparente mensaje captado en una parte del film porque el mismo invita no solo al olvido sino a la pasividad y, de cierta manera, al conformismo de la población con respecto a los efectos sufridos durante la dictadura. Borrar la memoria es también hacerse cómplice de cualquier injusticia pasada en el período que se pretende olvidar.

Otra interpretación, más constructiva, que también se obtiene del film es la gran significación que se le atribuye a las edificaciones que se constituyen en “nudos de resistencia”, como lo son: la Casa-Museo de las Hermanas Mirabal, el Jardín Memorial Patria Mirabal y el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana. Estos espacios públicos, fundados y mantenidos sobre la base de “educar para no olvidar”, podrían motivar nuevas propuestas para transformar antiguas edificaciones trujillistas con el fin de desarrollar nuevos usos que permitan una aproximación más crítica al análisis de la dictadura.

Un último elemento que, directa o indirectamente, intencional o circunstancialmente, trae a colación este documental es el de la enseñanza y el aprendizaje de la historia dominicana. Son pocos los textos de autores dominicanos que realmente llegan a motivar a los estudiantes para conocer su realidad socioespacial actual. Un film como este tiene el poder de hacer pensar históricamente a muchos jóvenes dominicanos y, simultáneamente, llevarlos a comprender que todos los procesos sociales se van concretizando en un territorio condicionado por fuerzas económicas, políticas y culturales que, según ellas van evolucionando, van provocando cambios en dicho territorio, el cual también se ve afectado por factores provenientes del exterior.

Esta forma de analizar “el espacio socialmente construido” necesita de la elaboración y disposición de herramientas educativas basadas en textos históricos realmente transformadores, textos que nos ayuden a contestar preguntas como:

  • ¿A qué nos vamos a referir cuándo nos toque tratar el pasado?;
  • ¿Por qué y para qué recordar?;
  • ¿Cuál es nuestra posición frente a la dimensión social de la memoria y frente a la importancia que ella tiene “para no olvidar”?
  • En fin, ¿cómo vamos a tratar el pasado: congelándolo asépticamente o relacionándolo con el presente y vislumbrando alternativas para el futuro?

Muchos historiadores y otros actores sociales que se consideran (o son considerados) como “los dueños de la memoria”, debieran tomar en cuenta esta reflexión de [Hugo] Achugar: “Hoy en día los dueños de la memoria, los dueños de la palabra y los dueños de la nación ya no son los mismos de antes. Actualmente, tanto la memoria, como la palabra y la nación tienen muchos y diversos dueños, incluyendo entre ellos a representantes de distintos sectores sociales y culturales”. Creo que este documental así lo ha demostrado magistralmente.

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