Se habla de una «zona rural» al igual que se habla de una «frontera» o una «comunidad de hablantes», otorgándole mediante estas expresiones generalizantes un carácter de homogeneidad a una realidad que en realidad es mucho más compleja. Cuando hablamos del Artigas rural, nos referimos a una serie de poblaciones, cada vez más deshabitadas, más o menos alejadas del núcleo poblacional del departamento, i.e. la ciudad de Artigas. Cada una de estas poblaciones representa diferentes ruralidades, ya sea en términos económicos, sociales o más específicamente lingüísticos. El caso que me ocupa en mi tesis doctoral es la zona de La Guayubira y La Estiba; una zona ni tan siquiera mencionada en la literatura en torno al contacto entre el español y el portugués en la frontera uruguayobrasileña. Este área se sitúa a unos 15 km de la ciudad de Artigas y en ella habitan aproximadamente 300 personas. La Guayubira recibe el nombre de un árbol y, La Estiba, hace referencia a la práctica de contrabando que se llevaba a cabo en la zona cuando durante gran parte del siglo veinte los habitantes fronterizos salían de noche a caballo. No existe una clara delimitación entre una u otra localidad; hay quienes afirman vivir en La Estiba cuando otros están convencidos de que se trata de La Guayubira.

Con respecto a lo que me interesa como objeto de estudio, la lengua hablada, esta zona es un tesoro lingüístico: no solo porque aquí el habla de la frontera mantiene una fuerte vitalidad entre una gran parte de la población que reside allí de forma permanente, sino también porque se trata de una de las pocas localidades rurales en las que todavía se encuentra a hablantes con dicha variedad lingüística. ¿Y qué la hace entonces tan especial? El habla de la frontera, es decir, lo que también se conoce por los glotónimos de «portuñol», «brasilero», «entreverado» o incluso «estragaidioma», presenta una clara tendencia hacia la pérdida de hablantes, por lo que la tarea de documentar este habla se vuelve incluso más imperante todavía.

Otra razón por la que resulta de interés estudiar esta zona es que se trata de una localidad rural desconocida incluso para los propios uruguayos, lo cual no es ninguna sorpresa, puesto que no aparece ni siquiera localizada en Google Maps. Uno de los únicos puntos claros que encontramos es el Santuario de la Virgen de los Treinta y Tres… ¿Cómo di yo misma entonces con esta zona si no está registrada online tal y como lo están otras localidades rurales y tampoco aparece en la literatura existente en torno a este tema? Un buen día, navegando por la red, tuve la enorme suerte de dar con el trabajo de una antropóloga, Ana Rodríguez, quien viajó a La Guayubira con el objetivo de grabar voces y sonidos para un proyecto llamado Mapa Sonoro de Uruguay y que, sin saberlo, trajo consigo el valiosísimo testimonio de una hablante que años después ha pasado a convertirse también en una de mis informantes. Gracias a la generosidad de Ana que compartíó gran parte de su material conmigo, así como a su ayuda a la hora de recorrer los senderos de La Guayubira / La Estiba, pude entrar en contacto con un tesoro lingüístico no tan fácilmente accesible.

Haciendo trabajo de campo en esta región, una de las cuestiones principales que se plantean es por qué motivos el portuñol todavía mantiene vitalidad en la zona, cuando en otros entornos rurales ya no es el caso. Desde lo observado in situ, se puede decir que esto principalmente se debe tanto al «microcosmos particular» de la zona como a la preservación de tradiciones y a los fuertes lazos tanto entre familiares como entre vecinos. Me explico: la particularidad de esta zona se debe a que se trata de un área con caminos «laberínticos», en los que se encuentran vecindarios compuestos de tres a seis casas, tratándose por lo general de familias, y luego, de nuevo, kilómetros de tierra roja, deshabitada, e inmensas plantaciones de tabaco. A pesar de que hoy los habitantes ya no tienen que desplazarse de a pie o a caballo, gracias a los vehículos como las motocicletas, dicha conformación conlleva a a que los hablantes interactúen mucho entre los que tienen cerca, sin recibir demasiado input de fuera. Este escenario conduce a que la comunicación se mantenga más «intacta» al de un núcleo urbano, claro está, o posiblemente otra variedad de conformación espacial en otro medio rural. El siguiente posible motivo tiene que ver con la frecuencia de transporte público que sale a la ciudad: cuando solo se dispone de uno a dos autobuses al día entre semana, por lo general, la vida se suele condensar en un único lugar, con excepción de viajes puntuales o estancias más largas en otras localidades; pero, sin duda, la interacción con otros lugares inevitablemente se reduce. La tercera razón relacionada con este «microcosmos particular» se asocia con la poca señal de teléfono e Internet que hay en la zona, es decir, aunque acceder a a una red de teléfono o a Internet sea cada vez más fácil desde las casas, no toda la comunidad dispone de este servicio de la misma forma que en una ciudad u otra localidad rural. Es más, hay muchas zonas en las que ni siquiera se tiene señal de teléfono. Por tanto, este «aislamiento» también conduce a una mayor preservación de determinados usos lingüísticos.

Con lo que respecta a las tradiciones y los lazos familiares o entre vecinos, se observa como el que muchos de los hijos heredan costumbres y tradiciones de diverso tipo, tales como el trabajo en el campo, en las chacras, con los animales; todo ello viene, inevitablemente, acompañado de un sistema de valores y una lengua. Por tanto, estos «herederos» son más propensos a incorporar en sus hablas la forma en la que se expresan o expresaban sus abuelos y padres. Unido a esto, está el hecho de que muchos niños tienen que ayudar a sus padres en tareas como las llevadas a cabo en las plantaciones de tabaco. Muchas veces llegan a media mañana a la escuela, después de una jornada de tres horas de trabajo, o faltan durante tres días tras una intoxicación por causa de los agrotóxicos empleados. Esto quiere decir que están expuestos en menor cantidad a la lengua enseñada en la escuela, i.e. el español. Por último, cabe mencionar un motivo posiblemente más subjetivo, pero que se observó de forma reiterada en dicha comunidad: los hablantes de La Guayubira / La Estiba aceptan, aun sabiendo lo que conlleva frente a la comunidad de habla «normativa», que su habla es la que es, porque se sienten unidos y se reconocen a sí mismos como comunidad y no como minoría. Podría decirse que presentan, probablemente también por el tipo de vida y trabajo que desempeñan, un tipo de actitud más estoica ante la vida y esto, como todo, también acaba reflejándose en el habla.

Se recomienda consultar el apartado de imágenes dentro del bloque del corpus para obtener una idea o impresión más clara de lo descrito.